Luego que el gobierno nacional impulsara su debate en el Congreso a los efectos de sancionar una ley, la cuestión de una posible despenalización del aborto se ha instalado en la agenda pública y diariamente en todos los medios se producen abordajes sumamente interesantes, en una de las cuestiones mas delicadas que la sociedad moderna discute.
Pese a tener este medio posición clara y definida al respecto, no es el sentido de la presente columna ir por este debate (que será tema en próximas ediciones), pero lo hemos tomado en la introducción como base para tratar otra delicadísima situación que atraviesa la argentina actual: La (in) Seguridad,
Resulta interesante como en el tratamiento de una posible ley sobre el aborto, las posturas mas enfrentadas se sostienen en la defensa de la vida. «Porque defendemos la vida desde la concepción es que estamos en contra del aborto» dicen desde una vereda. «Porque defendemos la vida de las madres que mueren por no poder acceder al aborto en las mejores condiciones» dicen desde la otra.
En defensa de la vida, es una bandera única para dos alternativas claramente diferentes.
El slogan – nos atrevemos a calificarlo así porque las síntesis no siempre dicen toda la verdad – no puede objetarse. Nadie puede declararse contrario a defender la vida en cualquier circunstancia y lugar.
Pero andando el camino, en esta misma actualidad, con mas asiduidad que los debates por esta posible ley, los medios no dejan de informarnos de muertes de mujeres, hombres, de toda condición y edad, a manos de una delincuencia incontrolable, que ha llegado al estado de desprecio total por sus propias vidas y a los cuales parece imposible inculcarles el respeto de las ajenas.
Hoy sin la menor objeción, «te matan por dos de torta» como diría fatalmente un tanguero. Da lo mismo si lo hacen para hacerse de la recaudación de un kiosco, por el celular de una señora, por la moto de un joven o un par de zapatillas de un chico. Hasta habiendo logrado el botín pretendido, no se garantiza la seguridad. Todo puede terminar con un par de disparos en la cabeza de la víctima.
Y con su vida.
Aquí subyace otro debate que hasta se nos antoja prioritario y de mayor urgencia que el citado anteriormente. Y que tiene otras posturas y diferencias en la sociedad, algunas de extraño sustento y difícil justificación.
Es que en algunos sectores de la sociedad, vulgarmente identificados como progresistas (otro slogan, porque ¿ Hay alguien a quien le disguste el progreso?), mas cercanos a ideologías denominadas de izquierda (seguimos con los slogans), donde predomina ampliamente la postura en favor de la despenalización del aborto y en « defensa de la vida», pretender que acepten que para defender la vida de miles y miles de inocentes que mueren por año a manos de la delincuencia lo prioritario es sacar de los mismos espacios, de las mismas calles, de las mismas ciudades a los asesinos.
Al momento de leer estas líneas y antes de finalizar este articulo, alguna vida se ha frustrado en esta argentina a manos de algún ladronzuelo, que seguramente cegado por los estupefacientes, sin la menor capacidad de razonar, apretó el gatillo de un arma para asesinar a un chico, un trabajador, una maestra o un ama de casa.
No hay otra manera de evitar esa muerte que tener bajo control, sin su libre albedrío y sin armas al ase-sino.
No hay otra alternativa. Todo lo demás, en relación a evitar esa muerte es un chamuyo que ya suena ofensivo y atentatorio de toda cuota de inteligencia.
Y hace mucho tiempo y son muchos los que sin desmayo pretenden convencernos que con la biblia o una oración al «gauchito» Gil o a la difunta Correa podemos cambiar esta situación.
Hasta resulta extrañamente confuso, que esas vidas que se van todos los días, para estos pensadores sociales, tengan otro valor y que éste sea infinitamente menor que las vidas que ellos defienden. Suelen decir, basados en sus manuales de la proliferación abolicionista, que «lo contrario a nuestras posturas es la mano dura. Y está comprobado- aseguran – que la aplicación de la mano dura no ha dado resultado en ningún lado».
La respuesta a esta falaz teoría cae por si sola. ¿Es que lo que ellos sostienen y que se viene aplicando en esta Argentina hasta con el abanderado de las mismas ocupando hasta hace poco un lugar en la Suprema Corte de Justicia, es lo que da buenos resulta-dos?
Si no fuera una tragedia, habría lugar para una son-risa burlona. Este es el resultado que da el mal llamado garantismo y que aquí es simple y llanamente tierra liberada para el delito, el narcotráfico y las siete plagas de Egipto.
Resulta espeluznante observar a personajes populares, artistas, deportistas y muchos dirigentes políticos, defendiendo a viva voz la vida, en sus posturas abortistas y a la vez, pidiendo comprensión para quienes matan por nada, para quienes nos repiten que hacen falta políticas inclusivas, inserción, oportunidades y unas cuantas prosas mas, pero se espantan si alguien supone que deben ir presos.
«De las cárceles salen peor de como entraron» dicen usando una verdad a medias. Porque esto es cierto, pero la solución es modificar totalmente el sistema carcelario, el respeto de los derechos de los detenidos, y la producción de cambios que lleven en el menor tiempo posible (nunca será muy breve) a que el país sea otro, también para quienes purgan una pena y de-ben volver a la libertad.
Pero empezando por donde hay que empezar. Con el condenado a muerte de mañana, salvándose de esa muerte. Con ese colectivero vivo, con la joven sin ser violada y asesinada; con ese hombre que trató de evitar la entradera a su casa también vivo.
Es decir, con sus ejecutores presos. Porque así tiene sentido luchar por modificar las condiciones pésimas de las cárceles argentinas. La arbitrariedad de las leyes. Las políticas discriminatorias.
Nadie en su sano juicio puede negar esa realidad que se expone cada vez que se habla de aplicar la ley con toda severidad. Pero hasta tanto, el mal menor es policías dispuestos a salvar inocentes, aunque la acción termine como la del policía Chocobar. Al que nadie en estos grupos de pensadores parece comprender y al que parecen a veces querer mandar a la silla eléctrica por haber terminado con la vida de un joven asesino.
En fin. Nadie discutirá jamás la defensa de la vida. Pero están aquellos que defienden ciertas vidas y le importan poco otras. Y estamos los que al decir la defensa de la vida, decimos de todas las vidas, incluyendo la de los que delinquen, por supuesto. Siempre y cuando ellos no nos pongan a todos en la trágica alternativa de elegir entre sus propias vidas y la de inocentes víctimas.
Porque si así lo deciden, y esa es la opción, no tenemos dudas en la tristísima opción que se nos plantea. Sabemos que si no hay otra alternativa que vida defender.
Y no porque valga mas que otras. Sino porque vivir en sociedad organizada exige responsabilidad y seriedad. Y no meros discursos de manual,que nos han llevado en estas décadas a dramáticos resultados.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del 28-04-2018)