Por Héctor Ricardo Olivera
La política argentina vive hoy una instancia singular que nos transforma casi por casualidad en testigos y protagonistas de una situación curiosa que requiere de cada uno la mejor capacidad de análisis para intentar un mínimo aporte que marque un camino de mejoría.
No se trata, por supuesto, de pretender imponer ideas que aspiren a desconocer la de otros sino, por el contrario, encontrar en la diversidad los rumbos que actualicen modos y formas que han perdido vigencia por el paso del tiempo.
Cuando la reforma constitucional de 1994, todos creímos que el rango constitucional que el Art, 38° les dio a los Partidos Políticos era un paso adelante en el fortalecimiento de la Democracia.
La realidad se ha encargado de decirnos que equivocamos la evaluación y nos encontramos hoy con que los Partidos son en verdad más un problema que una solución.
Aparecieron algunos intentos con pretensiones de renovación pero en verdad terminaron siendo apenas una especie de clubes de barrio que se agotaron en sí mismos.
Tal es el caso del GEN, (Generación para un encuentro nacional) que encabezó Margarita Stolbizer que al unirse con el peronista Massa quedó hoy como un pintor al que le sacan la escalera y solo puede agarrarse de la brocha.
Lo mismo ocurre con la CC, (Coalición Cívica), que es un unipersonal que encarna Elisa Carrió pero carece de organicidad y presencia real más allá que la de ella misma que esperemos que dure y no repita su vocación destructiva de lo que ella misma construye.
Hay más ejemplos, como el de la Diputada Victoria Donda, que en los papeles aparece como representante del Partido “Libres del sur”.
Los chascomunenses conocemos a Los Libres del Sur por la batalla librada a orillas de nuestra laguna contra las tropas de Rosas el 7 de noviembre de 1839.
Otro “Libres del sur” no figura en ninguna guía.
En realidad lo que todavía existe al menos como nombres dominantes son el Peronismo y el Radicalismo.
Ambos son actores de esta encrucijada entre lo que no termina de irse y lo que no termina de llegar.
Las siete décadas de uno y las más de doce décadas del otro son un tiempo más que largo que les ha hecho perder vigencia y solo sobreviven porque algunos los mantienen en coma farmacológico simplemente como una especulación personal o sectorial.
No es necesario que cambien de nombre, pero sí es imprescindible que cambien de modos y formas.
Es fácil darse cuenta que no ay ideas ni programas que identifiquen a cada uno.
El Peronismo es una bolsa de gatos irreconciliables.
El Radicalismo es una pieza de museo gloriosa que emociona por su historia, por sus próceres y por sus luchas.
Hoy todos aspiran a un lugar pero a nadie se le cae una propuesta seria.
La pretensión de eternidad va de contramano con la naturaleza humana.
Si no lo entienden seguiremos asistiendo a esta confusión que a nadie sirve y solo entorpece el fortalecimiento de la República.
Los dos grupos tienen una serie de innombrables que ya no conforman a nadie.
Es cierto que hay entre ellos buena gente, pero precisamente deben comprender que la gente los valora por lo que son y no por su pertenencia partidaria.
Un Intendente peronista o radical es elegido no por sus dedos en “v” ni por su boina blanca, sino porque son buenas personas.
En el orden jerárquico de la nueva Política, las ideas van primero y los cargos en las listas vienen después.
Los que no lo entiendan han de quedar atrapados en la telaraña del pasado.
Junto con estos que no terminan de irse nos chocamos con lo que no termina de llegar.
En este caso “cambiemos” debe saldar esta deuda con la ciudadanía.
Hay pasos dados que parecen insinuar buenas intenciones.
La reforma de la Justicia, la lucha contra la corrupción sin que interese si son propios o ajenos, la dura recuperación de las cuentas públicas son buenas señales.
La inflación, la dolorosa situación económica de mucha gente son deudas pendientes.
Debe ser la Política la que de respuesta y las buenas respuestas solo vendrán de buenos políticos.
Para ello debemos admitir que solo será posible si todos asumimos una mínima parte de protagonismo.
Así fue cuando Irigoyen, así fue cuando Perón, así fue cuando Alfonsín.
Así será si somos capaces de sacarnos de encima prejuicios y complejos y comprendemos que nadie lo hará por nosotros.