Se han cumplido tres años de la muerte de un fiscal federal de la nación en circunstancias tan dudosas y extra-ñas, que obligan a revertir el básico concepto que indica que los hechos se investigan a partir de la presunción de «inocencia» y así se extienden hasta demostrar lo contrario.
Por cierto no es y no debió ser nunca así el caso de la muerte del fiscal Alberto Nisman.
El juez que fue puesto a cargo de una fiscalía tan particular que fue creada para investigar un solo caso, tras largos años de investigar, con servicios de inteligencia nacionales e internacionales por medio, tratándo de es-clarecer el peor atentado terrorista de la historia del continente sudamericano como fue el de la AMIA, regresa del exterior de manera inesperada, interrumpiendo unas vacaciones con sus hijas y anuncia por televisión que tiene listo un informe final y una denuncia con cargos que alcanzan la Traición a la Patria y que involucran a las mas importantes figuras del gobierno, incluyendo a la propia presidente, adelanta que el día lunes venidero estará en el Congreso presentando todas las pruebas y aparece muerto con un tiro en la cabeza el día anterior a que ello ocurra en su propio departamento, OBLIGA a comenzar pensando que ese fiscal fue silenciado y de pura lógica nomás, vale la pregunta elemental (Watson), ¿A quién beneficia su silencio?.-
Hay una primera respuesta que surge automáticamente. Que no implica que sea la verdad absoluta. Pero que debe ser el mojón de partida.
Hay algo mas: esa primaria respuesta lleva a quien o quienes tenían la obligación de cuidar su vida. ¿O qué otra cosa debía hacer el estado en nombre de ese atentado terrible que cuidar a quien por primera vez aseguró tener pruebas que por lo menos llevaban al encubrimiento?.-
Sin embargo hubo un notable esfuerzo del propio gobierno por conducir a la opinión pública a otro terreno. Nadie olvida (y no deberemos olvidar jamas) al jefe de gabinete dando abundante información de la vida privada del fiscal, de sus amores y sus paseos, etc. etc.- sin siquiera decir que el episodio en si mismo era gravísimo.
La argentina ha soportado en el transcurso
de la historia contemporánea una sucesión de hechos graves, de muertes muy dudosas, de accidentes que a todas luces no tuvieron nada de accidentes.
Pero nada es comparable a la muerte del fiscal Alberto Nisman. Ni siquiera la muerte del hijo del entonces presidente Menem, largamente denunciado por su madre y su hermana como el resultado de un atentado que jamas se esclareció.
La muerte del fiscal Nisman, superó a la pro-pia causa originaria de su tarea. Varias hipótesis merodean el atentado a la AMIA pero ninguna puede atribuirle de oficio tanta sospecha y responsabilidad al estado como la muerte del fiscal que tuvo a su cargo investigarlo. Que Nisman no llegara vivo y con toda la seguridad que se imponía al Congreso de la Nación ese lunes para decir todo lo que quería expresar es una carga que solo en una sociedad resignada como la nuestra puede ocurrir sin que sus gobernantes paguen de manera inmediata sus consecuencias. Y aquí aún no hay una verdadera conciencia de la gravedad del hecho, mas allá de una porción minoritaria de la sociedad.
¿Cómo aspirar a vivir en una sociedad civilizada donde el estado nos brinde seguridad y donde la justicia nos llegue a todos con su amparo, si Nisman sigue siendo una señal irrefutable de la ausencia, cuando no la complicidad, del estado con los delitos mas graves?.
Seguirá siendo ilusorio pensar en esa sociedad y ese estado deseado mientras Nis-man siga siendo el estandarte de las cosas evidentes que en este país no se ven.
Resulta escalofriante pensar que pueda transcurrir un año mas sin que la justicia esclarezca esta muerte y nos ofrezca el testimonio de pruebas irrefutables. No nos tiembla el pulso para escribir que somos de los convencidos desde el primer momento que a Nisman lo mataron. Y desde ese lugar partimos.
Y solo aceptamos que todo el poder – y todos los poderes – se unan para demostrar lo que decimos.
O para convencernos de nuestro error.
Nisman murió hace tres años, y sigue muriendo todos los días que pasan sin que se sepa la verdad de esa muerte.
(Editorial publicada en TIEMPO de Ranchos edición de sábado 20 de enero 2018)