Por Héctor Ricardo Olivera
Poco y nada tiene que ver este Luis Barrionuevo con los mozos que bandeja en mano se ganan la vida en cafés y restaurantes del País trajinando sin cesar para vivir con dignidad y esfuerzo.
Este personaje ya es más un empresario y dirigente político que un dirigente de los trabajadores gastronómicos.
Su figura se caracteriza por el uso de la violencia, que comenzó en 1975 cuando a punta de pistola le arrebató el gremio a Ramón Elorza.
Es el mismo que quemó las urnas en Catamarca, su provincia natal, porque los resultados de la elección de Gobernador le eran adversos.
Sus andanzas son una serie de saltos políticos siempre vinculados a la violencia, al manejo oscuro de fondos y a la trenza política peronista.
Tanto es así que fue él, junto al perenne “Coti” Nosiglia los que urdieron la trama del Pacto de Olivos cuyo análisis histórico todavía es una deuda que la Democracia deberá saldar alguna vez para comprender que no fue lo que unos soñaban mientras otros urdían.
Este mozo de bar compró la mansión de Villa Ballester al padre de la hoy primera dama Juliana Aguada.
¿Habrá otro colega capaz de igualar esta operación inmobiliaria?
Este personaje ha dicho recientemente una provocación inadmisible.
Anunció que igual que le ocurrió a Alfonsín y a de la Rúa que no pudieron completar sus mandatos le pasará a Macri por intentar doblegar a la mafia sindical.
“No le pisen la cola al león”, dijo como una bravuconada más.
Se trata de palabras inadmisibles.
Los eternos dirigentes sindicales no se han dado cuenta que la sociedad ya no es la misma.
Que la lista importante pero incompleta de sindicalistas presos marca un hito hasta hoy desconocido por la sociedad.
Sus nervios obedecen a que se les viene el agua.
No es, como pretenden victimizarse, una persecución del Gobierno.
En todo caso, es el Código Penal el que los persigue y se los llevará puestos.
Debe llegar el tiempo de la democratización de los sindicatos, para que sean organizaciones sociales necesarias para el funcionamiento de una sociedad moderna y pujante.
No podrán ser reelegidos infinitamente.
No podrán tampoco impedir la presencia de las minorías en las conducciones.
Menos podrán vivir como reyes mientras sus trabajadores sufren los meses largos y los sueldos cortos.
Deberán igualmente terminarse las herencias monárquicas que se pasan las conducciones como un bien de familia.
¿Alguien le pagó el peaje en una cabina al Moyano chico?
¿Cómo hizo para ser Secretario General del gremio?
En fin, las irregularidades acumuladas son infinitas.
Cierto es que la pelea será dura.
Y acá es donde debemos todos, en la mínima medida de nuestra condición ciudadana, sostener la racionalidad de un cambio que este Gobierno está dispuesto a dar, porque el voto sirve para un resultado pero el apoyo y el convencimiento es el metal que forja el cambio que se viene.