Los que habitamos en la provincia de Buenos Aires y prontos al conurbano, a fuerza de noticieros y de una realidad que forma parte casi de nuestra escenografía diaria, tenemos incorporado un chip que nos prende un alerta ante la juventud, adolescentes y hasta precoces que aparecen cotidianamente siendo protagonistas de sucesos hasta impropios de la especie humana.
La creciente influencia de las drogas, lo que se denomina «falta de oportunidades», y una serie de dogmas, ponen a gran parte de esa franja juvenil argentina en algo así como un sector irrecuperable con el que no se sabe que hacer.
Y mas allá de la sintonía fina que requiere esta ex-presión de trazo muy grueso, lo cierto es que son millones los jóvenes de sectores sociales postergados que parecieran no despertar muchas esperanzas para sus vidas y por ende tampoco para el futuro del país.
Y con esa imagen nos vamos quedando los adultos, que entre desesperanzados y preocupados no acertamos a encontrar remedios para ellos y por ende tampoco para la sociedad que viene.
Sin embargo, poder recorrer el interior nacional, aún en la propia provincia de Buenos Aires en estos períodos vacacionales permite observar otra realidad muy diferente que bien vale registrar y poner en la superficie de estos análisis.
Genera admiración observar en centros turísticos de gran afluencia la enorme cantidad de jóvenes atendiendo confiterías, bares, restaurantes, paradores, etc.etc, con una disposición no habitual en los mismos servicios en generaciones anteriores y de los cuales hemos extraído historias propias de ser ad-miradas y testimonios que se dan de bruces con esa imagen de «pibes chorros» que nos ha ganado desde hace años.
Ya no hay dudas que en materia de atención al turista, las nuevas generaciones por la energía propia de sus años jóvenes, pero sobre todo por su nivel de relación con la gente, excelentes niveles culturales y la convicción de lo que deben hacer han mejorado notablemente a generaciones anteriores de mozos habituados a ritmos mas cansinos y menor cono-cimiento de las demandas de un turismo mucho mas variado como es el moderno.
Es alentador observar como Elías, un joven estudiante de arquitectura de 24 años, oriundo de Bahía Blanca y que cursa en la Plata, mete 14 horas diarias en el restaurant donde trabaja diciembre y enero, «porque en febrero debo rendir 6 materias» para llevarse 18.000 pesos por mes que le servirán para atenuar los gastos del resto del año. Y el joven que se viene a las playas bonaerenses desde Jacinto Aldao en Córdoba a hacer la temporada y para ello no le esquiva a las 14 horas por día sin franco en la semana. Y son decenas y cientos, los jóvenes que se atreven a agarrar una bandeja, o ayudar en la cocina del resto, o hacer el turno noche de un hotel.
Y en todos lados con una atención que la Argentina de hace años no le daba al turista.
Ante estas dos realidades, la pregunta surge automáticamente: ¿No tienen salida ni expectativas los miles y miles de pibes hacinados en el conurbano que en su gran mayoría terminan muy mal?. ¿ O está fallando otra cosa en la organización social del país para lograr que estos se vuelquen a la dignidad del trabajo que todavía sigue habiendo en esta bendita tierra y al que solo hay que ponerle «pilas» para encontrarlo?.
No es tan cierto que deban caer en el camino del delito inexorablemente. Basta recorrer este interior argentino para confirmar que no solo están las posibilidades, sino que en muchísimos lugares lo que falta es una mano de obra joven, con ganas de hacerse un futuro digno y de apostar por la mejor de las opciones.
Es cierto que muchas cosas deberán replantearse. Son pocos los lugares donde el horario de trabajo no exceda las ocho horas diarias. Y en otros no hay franco semanal. Y son muchos los esfuerzos que se requieren para cubrir los dos o tres meses de temporada.
Que seguramente escandalizarían a algún dirigente gremial. Pero también es cierto que en los rostros de estos trabajadores hemos visto solo alegría y satis-facción por sus trabajos. «Hace nueve años que trabajo aquí desde los 16» nos dice el jefe de mozos de un céntrico café de Monte Hermoso, vecino de Dorrego y estudiante que espera culminar su carrera profesional este año.
Tantos ejemplos contrastan claramente con la otra argentina de la falta de oportunidades, con los sistemas planeros donde solo existe la asistencia del estado o lo peor: caer en el mundo narco porque «no hay otra cosa».
Hacer que los habitantes del mundo de la desesperanza, del todo está perdido pidan el cambio de domicilio para ir a habitar este otro mundo que también existe, no se logrará en el corto plazo. Seguramente.
Pero lo primero que debe hacerse es difundir que esta otra realidad es cierta. Que es posible. Que el esfuerzo por lograr objetivos personales que trajeron nuestros abuelos cuando hicieron grande esta argentina aún tienen sentido.
Solo basta recorrer el país y mirar y escuchar a los miles de argentinos que conforman las bandas de «pibes trabajadores», que no tienen cumbias que le rindan tributo ni difundan sus esfuerzos.
Pero que existen. Por suerte, para ellos y para quienes no queremos rendirnos aún y seguimos soñando con una Argentina posible.
(Editorial publicada en la edición del sábado 06 de Enero de 2018 en TIEMPO de Ranchos)