Por Héctor Ricardo Olivera
El periodista Jorge Lanata, implacable e impecable, tuvo la inteligencia de incorporar a nuestro lenguaje político el término “grieta”.
Ya dentro de nuestra cotidianeidad la palabra comenzó a significar más de una cosa, producto de la facilidad con que los argentinos adjetivamos y multiplicamos originalidades.
Así fue que en un primer momento pareció que la “grieta” era una división que separaba a kirchneristas de no kirchneristas.
Otros sumaron la idea de que se trataba de una forma de separar a ricos y pobres.
Para otros se trató de una división entre pro estatistas y pro mercado.
Algunos la usaron para marcar divergencias entre izquierda y derecha sin advertir que esta dicotomía es un viejazo que nació con la Revolución Francesa y de poco sirve luego de tanto tiempo.
Lo cierto es que grieta hay, como siempre la ha habido, acá y en todo tiempo y en todas partes.
Entrados en el tercer año del Gobierno de “Cambiemos” puede ser interesante definirla de acuerdo a lo que hoy tenemos más a mano y a la vista.
Resulta entonces que la tal grieta separa al populismo de la República Democrática.
A partir de esta primera calificación se pueden sumar elementos que ayuden a su comprensión y procurar entonces buscar caminos que la achiquen y acerquen a sus miembros.
Eliminarla suena a demagogia, porque las sociedades siempre plantean visiones diferentes que manejadas con criterio sirven para el avance del conjunto.
Diríamos que la grieta, como el tango, siempre se baila de a dos.
Sobre el final del año fue posible clarificar sus perfiles por la aparición de un elemento que, pese a su peligrosidad, ayuda a conocerla mejor.
Fue la violencia, esa que mostró a sectores radicalizados de la izquierda de panfleto que encontró lugar para romper y romper sin otro objetivo que generar el caos.
No son democráticos y cuando participan para colar algún personaje en el sistema resultan minorías poco significativas.
Siempre han estado y seguirán estando, seguramente con la misma suerte.
Lo malo es que ocurra, como ocurrió, que sectores opositores del Gobierno se asocien a los violentos con la misma intención destituyente .
Ese papel lo jugaron los agrupamientos sociales cuyos caciques ven diluirse sus poderes de administración de cuantiosos fondos públicos, algunos sindicalistas burócratas que aplaudían ayer desde la primera fila, (Yasky) y hoy parece un revolucionario en las calles parisinas de mayo del 68.
Falta en el análisis los dirigentes políticos que dolidos por un resultado electoral adverso le fertilizan la tierra a los violentos creyendo inocentemente que fueron elegidos para oponerse a todo y no para proponer ideas discutibles.
Así fue que lo vimos al repetido Felipe Solá ronroneando con el diputado de izquierda del Caño, o a Facundo Moyano a los besos con kisilof.
O a Victoria Donda negándose a sí misma al decir que las leyes se ganan en la calle y no en el Parlamento y terminar su show sacando una olla debajo de su banca para la foto para la inmortalidad.
Todos ellos comandados por un extra terrestre, el “Marciano” Moreau que es una anguila en un balde de gelatina.
Todos, en fin, fieles a los dictados de la ex Presidenta que desde su banca en el Senado dijo que “yo fui elegida para oponerme”.
Esta concepción mezquina de la Política debilita las Instituciones y no les sirven ni a los todos ni a las todas.
La grieta no es entonces el problema.
El problema es la fiesta cuyas facturas hay que pagar.
No lo entienden los populistas, porque de la misma fiesta vivieron como duques.
No lo entienden los violentos, porque son ajenos al sistema.
Afortunadamente lo entiende cada vez más gente a quien no le importa si las cloacas son de izquierda o de derecha, o si el agua corriente es trotskista o liberal o si el asfalto es estatista o mercadista.
Son las simples cosas que cerrarán la grieta y arrinconarán contra la pared del fondo a los que no quieran ser republicanos y demócratas.