Días pasados el autor de esta nota decidió pasar un fin de semana en la tan bella ciudad capital que tenemos los argentinos. Por cierto Buenos Aires es un ícono que destacan los turistas mas viajados del planeta. Bella, rica en su cultura, historia, música, teatros y sobre todo su muy buena gastronomía, vinos y el siempre convocante tango argentino son parte de un menú que muchas veces no sabemos valorar en su verdadera dimensión los propios argentinos.
Como ocurre con tantísimos lugares de esta argentina inmensa que como muy pocos países del universo tiene para ofrecer desde todos los climas, hasta las bellezas mas variadas y convocantes.
Precisamente, si un sostén tiene la ecnonomía nacional hoy es la que genera el turismo. Desde el noroeste criollo con las maravillas de Jujuy, Salta, Tucumán, pasando por la región cuyana con los picos Mendocinos, los viñedos y la historia de San Juan y San Luis con su Potrero de los Funes, Merlo o la ciudad creada de La Punta, se puede sumar al resto del país y cada una de las provincias hasta llegar al sur con sus pistas nevadas y hasta glaciares que son verdaderas maravillas al nivel de las Cataratas.
Lo cierto es que cada fin de semana Buenos Aires llena gran parte de su capacidad hotelera con turistas de los mas diversos lugares.
Por eso hoy la intención de esta columna es mostrar la otra cara de la moneda. La que los argentinos de-volvemos a tanta generosidad de la creación.
Volviendo al principio de la presente, un fin de semana en Buenos Aires siempre resulta interesante Hasta que uno vive lo que la naturaleza no dio, pero Salamanca nos prestó.
El viaje en automóvil debió ser lo mas cauteloso po-sible. Hoy viajar por las rutas argentinas es condenarse a una voracidad recaudatoria sin antecedentes que torna inexorable el hecho de recibir a los pocos días dos, tres o cuatro boletas por in-fracciones de exceso de velocidad en los puntos mas disímiles. La autovía dos y la propia autopista Buenos Aires – La Plata no es la excepción y pese a todos los recaudos resultó imposible evitar que un par de boletas llegaran pronto con el informe de «ir a 64 Kms por hora donde la máxima permitida es 60 Kms» y otra similar, esta última en un punto donde no existe cartel de velocidad permitida en los cinco Kms anteriores a la cámara delatora.
Pero eso no es todo. En plena nocha sabatina porteña, llegar hasta una popular confitería de Recoleta y estacionar el auto sobre la calle Ayacucho junto a un gran cartel que dice E (estacionamiento permitido) fue otro pecado imperdonable. Media hora mas tarde al intentar regresar el auto no estaba mas. Y tras la primera reacción de repensar si realmente uno lo dejó allí aparece la sensación del robo. Tras el impacto uno recuerda que se lo pudo llevar la grúa. «¿Pero por qué»? si está todo bien y ademas es pasada la medianoche del sábado cuando siempre Buenos Aires liberó el estacionamiento salvo en lugares de emergencias.
Entonces observé la vereda donde se supone que deben pegar el aviso de auto secuestrado por Tránsito. Claro que no había nada.
Allí nació otro tramo de esta historia.-
A unos metros, en la esquina de Callao y Quintana se juntaban varias personas y hacía allí me dirigí. « A mi también me falta….» « A mi también me lo llevaron» y el lamento era un coro. Por suerte una señora tenía el 0800 de tránsito y allí llamamos y allí estaban todos los autos.
Taxi compartido y hasta la calle Couturi (imposible de ubicar si no es con un taxista) escondida detrás de la Facultad de Derecho y al llegar, encontrar el sitio mas concurrido de la noche porteña.
Otra que Palermo Holywood. Mientras ingresaban sin parar las grúas con autos secuestrados (extrañamente todos autos chicos, ni una camioneta ni auto de gran porte) y la larga cola de infractores que bien atendidos por el personal solo debían (debíamos) abonar $ 750 por el acarreo y ni siquiera nos informaron el monto de la multa.
Consultas como por ejemplo: ¿«Me puede decir señorita que infracción cometí?» « Estacionar en zona pintada de amarillo» fue la respuesta.
Me quedé absorto mirando lo que ocurría. Un joven acompañado de dos señoritas se veía que había consumido bien. Sostenerse en pie le costaba demasiado. Me quedé hasta que llegó a la ventanilla. «Hoooola bonita….., que bueno pa´poner un boliche acá» le tiró el infractor que tras pagar los $ 750 recibió su auto y con mas alcohol que sangre salió de nuevo a conducir como si nada fuera.
En ese momento el estado nos dijo que es mas problema que ese muchacho totalmente borracho estacionara a que anduviera de nuevo manejando.
Así de simple el mensaje. Así de rotundo. Claro que pagando $ 750 y otro tanto que llegará de multa.
Salí del lugar no sin decirle a todos los empleados del lugar que esto lo pueden hacer con el único gremio que aún no existe en la Argentina. El de los dueños de autos.
Que pagamos en un automóvil mas del 60 % de su valor en impuestos. Y lo mismo hacemos con el combustible que cargamos, y el seguro, y la patente, y las cubiertas.
«Quisiera ver un camión estacionado en el mismo lugar y que lo infraccionen y se lo traigan a ver si bancan a los Moyano» les dije sin obtener respuesta alguna.
Como estaba cerca decidí ir nuevamente al lugar donde había estacionado anteriormente. Para mi sorpresa de pintura amarilla ni rastros hay allí. Advertencia de no estacionar ninguna y en cambio un habilitante cartel de permitido estacionar.
Me di cuenta de las cosas que somos capaces de hacer. De la capacidad para robarnos que tenemos. Y pensé en los tantos alemanes, italianos, españoles, centroamericanos que andaban en Buenos Aires. Y pensé a cuantos de ellos les pasará lo mismo con el auto que alquilan para disfrutar y como hacen para imaginar que ese auto que no encuentran al salir se lo llevó una grúa, y conseguir el teléfono del corralón e ir a buscarlo y pagar el acarreo…….
Demasiado. Traté de ponerme en lugar de uno de esos turistas. Me imaginé a mi en algunos de esos países en las misma situación.
Y me quedó clara la reflexión: Aquí no vuelvo mas.
(Editorial publicada en la edición del sábado 18 de noviembre de 2017 de TIEMPO de Ranchos)