Por Héctor Ricardo Olivera
Es cierto que hay razones que alimentan la queja social contra la Política a la que se le cargan los males merecidos pero también las frustraciones que cada individuo acumula en su mochila por errores propios.
Ella sabe que para bien o para mal de todos o algunos alternativamente, siempre está.
En todo caso, son los que la ejecutan, los políticos, los reales pintores de sus telas.
La Argentina vive hoy la experiencia no común de parir una organización política nueva, “cambiemos”, que es la resultante del agotamiento de un sistema que durante años actuó con resultados más plagados de oscuros que de luz que ha venido a decir y hacer cosas distintas.
Hay que admitir que cosas distintas no son difíciles de entender.
Distinto es no robar.
Distinto es no mentir.
Distinto es no”populistear”.
Los Partidos políticos tradicionales perdieron identidad y nadie puede sorprenderse.
Si siempre se dijo que las agrupaciones políticas son instrumentos vivos, activos y vigorosos, implícitamente hay que aceptar que están cumpliendo con el único requisito que exige la muerte: estar vivo.
Una recorrida desordenada a vuelo de pájaro por la Historia puede citar a modo de ejemplo al Partido Autonomista de Alsina, al Intransigente de Alende, a la UCeDe de Alsogaray, a la Democracia Cristiana de de la Torre, al Bloquismo sanjuanino de los hermanos Cantoni.
Cada uno hicieron lo suyo respondiendo a sus tiempos y los requerimientos de alguna parte de la sociedad.
Mueren, precisamente por haber vivido como nos pasará a cada uno de nosotros.
Los grupos que se nombran como componentes iniciarios de “Cambiemos” están hoy en vías de extinción, absorbidos por la fuerza centrípeta de lo nuevo.
En nombre de la más estricta verdad, el PRO no es un partido, la Coalición Cívica menos aún porque se trata casi de un unipersonal y el Radicalismo es un recuerdo que emociona y enseñó el valor de la decencia y el respeto institucional.
Los tres sectores han tenido la inteligencia de comprender que los tiempos cambian y han sabido cambiar para no perder el tren de la Historia.
Existe entonces la herramienta adecuada para reparar la República vacilante.
Naturalmente que no alcanza.
Siempre el hombre será el responsable de su uso.
Y siempre dependerá de nosotros controlar al mecánico, advertirle eventuales desvíos y acompañar un camino que está lleno de baches y curvas peligrosas hasta sin señalización.
El destino nos ha premiado con la posibilidad de ser partícipes de una experiencia que se ha dado muy pocas veces en el País.
Es la hora de arremangarse para hacer lo necesario para recuperar el sentido de la responsabilidad y la convivencia.
No será fácil, ni gratis ni rápido.
Pero será, si nos lo proponemos…