Por Héctor Ricardo Olivera
Exactamente 34 años después que los argentinos sepultamos para siempre a las dictaduras militares de la mano del triunfo de Raúl Alfonsín el Presidente Macri dijo ante un auditorio seleccionado de empresarios, sindicalistas, jueces y funcionarios lo que será el sentido de su paso por el Poder.
Como con las brujas, en las que esta columna no cree pero que las hay las hay, la coincidencia en la fecha puede ser un alimento espiritual adicional.
Es más que claro que estamos viviendo una firme decisión con sentido fundacional que busca dejar atrás un ciclo largo que supera en el tiempo a la docena de años kirchneristas en procura de reubicar a la sociedad en el camino de la República Democrática.
No solo porque lo tenemos más cerca sino porque fue lo peor que nos pudo pasar, la epidemia pingüina aceleró la destrucción institucional, pero es justo admitir que ya era hora de poner al País en el camino de la modernidad.
Esa fue la substancia de las palabras presidenciales.
Sin las virtudes oratorias de históricos personajes de la talla parlante de Alem, Lisandro de la Torre o Alfonsín, el ingeniero fue al grano y planteó objetivos duros pero necesarios.
Apuntó a la imposibilidad de sobrevivir con un déficit fiscal escandaloso, con una legislación laboral saturada de populismo, a una organización judicial obsoleta que se expresa e en castellano antiguo, al ataque contra la inflación y a la necesidad del aporte de todos, y sobre todo de los que más tienen, a favor del bien común.
Solo falta que nosotros seamos capaces de comprender lo que se nos está hablando.
Sin ánimo de disculpa, hay que admitir que no resulta fácil entender lo que en teoría no sería difícil.
Ocurre que años de frustración e impotencia nos han blindado hasta para no entender que ahora sí el Estado está respondiendo a ese cuestionamiento que hicimos en vano durante tanto tiempo: ¿cuándo alguno va a ir preso?
La República fue durante años un árbol a cuya sombra se solazaron muchos que allí acomodados llenaron sus bolsos y nosotros, desde afuera, soportamos los rayos implacables del sol ganados por la resignación y el desánimo.
Ahora ha llegado el encargado de la poda.
Ramas secas, enfermas y podridas se van cortando para que el árbol renazca sano y fuerte.
Los cortes se band depositando en Ezeiza y en Marcos Paz, tras las rejas y seguramente por largo tiempo.
Están llenos los depósitos, pero habrá lugar para “todos y todas”, como decía la abogada exitosa.
La añoranza de los lujos mal habidos les hará incómodo adaptarse al régimen de sus nuevos domicilios.
Pero lo importante es que nosotros, la sociedad de a pie, nos acostumbremos también a ser partes de este tiempo nuevo que pretende hacer de la Argentina un país normal, donde la pesadilla sea un mal recuerdo y el lfgutguro una esperanza cierta.