Por Héctor Ricardo Olivera
Ya hace una semana que las urnas procedieron a llevar adelante el mecanismo de desinfección de la Democracia decidida por la gente.
Unos y otros entramos entonces en el tiempo fecundo del análisis y la reflexión que intente descifrar con justeza, equidad y temple la opinión hecha pública y cada uno, desde su ubicación en el mapa político comprender qué hace falta para reconstruir lo demolido y asegurar una mejoría que sin dudas merecemos todos sin excepción.
Es natural que el ánimo de competencia afile las palabras, endurezca las posiciones y agudice los gestos en procura de captar adhesiones.
Superada esta instancia sería oportuno, además de la aceptación serena de los resultados, comenzar a imaginar lo que hace falta para recuperar el sentido común, (que suele ser el menos común de los sentidos), para que el pasado traumático no se nos cruce otra vez en el camino.
Vale la pena entonces analizar algunas características naturales del hombre que pueden servir de apoyo para un intento de sana construcción.
Sucede que generalmente el ser humano no es consciente de la trascendencia de los hechos que le son contemporáneos.
Un revolucionario francés que en 1789 saltó los muros de la Bastilla, una dama porteña que calentó aceite para rociar a los ingleses en las invasiones de 1806 y 1807 o Picasso pintando el Guernica como expresión de repudio al bombardeo nazi en la ciudad vasca jamás pensaron que estaban escribiendo una página de oro en la Historia de la humanidad.
Es que la Historia tiende naturalmente a vincularse con el pasado.
En verdad sería hora de preguntarse si esto es absolutamente así.
Se puede concluir entonces que más que la distancia con el presente es su significación social lo que califica a un acontecimiento para ser considerado un hecho histórico.
Así planteadas las cosas, los argentinos terminamos de ser espectadores privilegiados y protagonistas secundarios de un acontecimiento de real valor histórico.
El proceso de desafuero del Diputado Nacional Julio Debido a pedido de dos Jueces Federales y su posterior detención inmediata es un acontecimiento que nos transforma automáticamente en actores de un suceso que marcará un hito en la marcha institucional de la Argentina.
La ficción de normalidad a que fuimos sometidos durante una docena de años nos hizo creer que latrocinios, abusos de autoridad, populismo y desprecio por el orden eran condiciones normales.
Recuperar el sentido de la autoridad, la legalidad y el orden ha hecho posible que lo inimaginable se torne real.
Una banda de forajidos que se habían adueñado de nuestras riquezas para llevárselas en bolsos de dólares han sido simplemente puestos en el lugar donde deben estar.
Para ser más preciso, están siendo puestos en el lugar adecuado, porque sin dudas la lista se alargará hasta donde corresponda.
No es, como se pretende hacer aparecer, una persecución política.
Los persigue el Código Penal y el sistema republicano le garantiza a cada uno el debido proceso.
Es la historia la que se ha venido a vivir con nosotros acá y ahora.
Solo hay que acompañarla sin arrebatos, sin presiones pero también sin dudas ni flaquezas.
A cada uno ha de tocarle lo suyo, como indica el ánimo de convivencia que todos anhelamos.
Un halo de sorpresa nos invade porque lo habitual es acercarse a la Historia mediante la lectura de un libro.
Debemos tomar conciencia que algunas veces, y esta es una, ella llega junto con nosotros, camina nuestras mismas calles y vive nuestro mismo tiempo.
Lo que viene no será fácil ni corto.
Por el contrario. Las dudas deben acompañarnos y todos hemos de estar alertas para ayudar con sentido crítico a la reparación.
Argentinos como somos, vale sumarle un toque de humor que siempre es bueno para calmar los nervios y aclarar las mentes: a Cristina le dicen Agosto, porque viene después de Julio.